Hace ya mucho tiempo que el ser humano comenzó a fabricar y consumir bebidas alcohólicas, como cerveza, vino y otras obtenidas por destilación. De hecho, se dispone de referencias históricas que se remontan al antiguo Egipto, 4.000 años antes de Jesucristo.
Las bebidas alcohólicas y particularmente el vino han tenido y tienen un enorme peso en la historia de la humanidad y en sus diferentes culturas, ejerciendo a lo largo de los siglos una poderosa y sostenida fascinación que ha estado presente en numerosos actos cotidianos. Su consumo está asociado a la alimentación y sobre todo a la gastronomía, al placer de la buena mesa; también a las relaciones sociales, a las celebraciones, a las fiestas, al esparcimiento… El vino se ha convertido en un objeto de mimo y veneración e incluso en las últimas décadas ha merecido la atención de investigadores del campo de la salud y la medicina, que han encontrado en él propiedades beneficiosas para la salud.
En definitiva, las bebidas alcohólicas han sido a lo largo de la historia y en todas las civilizaciones una especie de camino hacia la gloria.
Sin embargo, el alcohol no es un producto como cualquier otro, y aunque muchos lo asocian al placer y la sociabilidad, no hay que olvidar que se trata de una sustancia adictiva y que su consumo regular y en exceso también tiene consecuencias muy negativas sobre todos los órdenes de la vida (salud física y mental, trabajo, situación familiar, relaciones sociales…), de manera que los consumidores que rebasan ciertos límites pueden pasar fácilmente de la gloria al abismo.